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Ni Portugal ni Rumanía: el país de Europa donde no hay turistas y se come de lujo por 5 euros

País de Europa
Moldavia.
Janire Manzanas
  • Janire Manzanas
  • Graduada en Marketing y experta en Marketing Digital. Redactora en OK Diario. Experta en curiosidades, mascotas, consumo y Lotería de Navidad.

Europa está llena de destinos turísticos que figuran en todas las guía de viaje: París, Roma, Lisboa, Praga… Pero hay países que a los que apenas llegan turistas, y que precisamente por eso conservan una autenticidad que otros ya perdieron, como Moldavia. Éste pequeño país de Europa situado entre Rumanía y Ucrania rara vez figura en el radar de los viajeros, y sin embargo, tiene todo lo que muchos buscan sin saberlo: paisajes tranquilos, gente hospitalaria, y una cocina deliciosa y asequible.

Para quienes buscan una experiencia auténtica, lejos del turismo de masas, Moldavia es un descubrimiento fascinante. Es un país donde se puede caminar por calles tranquilas, conversar con los locales, probar platos tradicionales que te sorprenden por su sabor y precio, y sentir que estás viendo una Europa que ya casi no existe. Y sí, es completamente cierto: se puede comer como un rey por apenas cinco euros. Pero eso es sólo el principio. Moldavia no es un lugar que se vea en Instagram cada día, y quizás por eso mismo tiene tanto que ofrecer.

El país de Europa fuera del foco turístico

La falta de turismo ha hecho que Moldavia se mantenga fiel a sí misma. No ha tenido que inventarse para agradar al visitante. Y eso, aunque no lo parezca a simple vista, es un lujo. Es el tipo de lugar donde puedes ver cómo vive realmente la gente. Donde no se habla inglés en todas partes, pero la gente hace un esfuerzo por ayudarte. Donde los precios son para los locales, no para turistas. Y donde una sonrisa vale más que cualquier guía turística.

Comer bien por casi nada

Una de las mayores sorpresas de Moldavia es su comida. La gastronomía moldava es una mezcla de influencias rumanas, rusas, ucranianas y balcánicas. En muchos restaurantes tradicionales puedes sentarte a comer un menú completo por menos de cinco euros. Y no hablamos de comida rápida o de baja calidad: hablamos de platos preparados con ingredientes frescos y en porciones generosas.

Entre los platos típicos que no puedes dejar de probar está el mămăligă, una especie de polenta que suele acompañarse con crema agria, queso salado y carne. También están las sarmale, hojas de col rellenas de carne y arroz, cocinadas lentamente hasta que se deshacen en la boca.

Gente sencilla, hospitalaria y real

Uno de los mayores tesoros de Moldavia es su gente. Quizás no son los más efusivos a primera vista, pero una vez se abre la puerta de la conversación, es difícil no sentirse acogido. Muchos hablan algo de ruso o rumano, pocos dominan el inglés, pero siempre encontrarás gestos, sonrisas y esfuerzos por comunicarse contigo. Además, es común que si viajas por pueblos más pequeños, la gente te invite a su casa, te ofrezca un café o incluso una comida. Aquí no te tratan como a un turista. Te tratan como a una persona.

Precios que parecen de otra época

Uno de los aspectos más sorprendente para cualquier visitante es lo barato que resulta todo en comparación con Europa occidental. Un billete de autobús urbano cuesta menos de 20 céntimos. Una cerveza en un bar, entre 60 céntimos y un euro. Y como mencionamos antes, una comida completa rara vez supera los cinco euros. Alojamiento, transporte, excursiones… todo se mueve en un rango muy accesible. Y lo mejor es que el bajo precio no implica mala calidad, sino más bien todo lo contrario.

Más allá de Chisináu

Aunque la capital es el punto de entrada natural, Moldavia tiene mucho más que ofrecer. A poca distancia de Chisináu se encuentra Cricova, una ciudad subterránea del vino, con más de 120 kilómetros de túneles repletos de botellas. Puedes hacer una visita guiada que incluye cata de vinos, y descubrir por qué este país tiene una de las mayores bodegas del mundo. También está Milestii Mici, que incluso figura en el Libro Guinness de los Récords por su colección vinícola.

Si te gusta la naturaleza, puedes adentrarte en la región de Codrii, una zona boscosa con colinas suaves y rutas de senderismo. O visitar la fortaleza de Soroca, a orillas del río Dniéster, una joya medieval que recuerda tiempos de caballeros y defensas fronterizas.

Y si te atreves con algo realmente fuera de lo común, puedes cruzar a Transnistria, un territorio separatista no reconocido, donde el tiempo parece haberse congelado en la era soviética. No es peligroso ni complicado, y es una experiencia única que no se parece a nada que hayas visto.

Viajar a Moldavia no es sólo cambiar de paisaje. Es entrar en un ritmo diferente. Es reencontrarse con lo sencillo, lo humano, lo auténtico. Es uno de esos lugares donde cada conversación, cada comida, cada paseo se siente como algo genuino. No hay filtros, ni fachadas turísticas. Hay vida real, y mucha belleza si se sabe mirar.

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